domingo, 13 de julio de 2014

La nena tiene hambre

Por: Karla Toledo Ríos

Nunca voy a olvidar la primera vez que salí de paseo, como a los dos meses de dar a luz, y pedí  que me sacaran una foto con mi teléfono. Fue bien fuerte mirarla y confirmar que mi cuerpo no es el mismo de hace un año cuando pesaba 127 libras y practicaba yoga todos los días. Mi abdomen no estaba plano, mis senos crecieron (yo era muy feliz con mis copas A), tenía acné posparto y carecía de la melena hermosa que me distinguió por años. Estaba tan dedicada a mi hija que creo que nunca me fijé mucho en cómo había quedado luego de traerla al mundo.

Cuando llegué a casa por la noche quise darme un baño, así que me desvestí, y desnuda, me paré frente al espejo. Miré detenidamente mi cuerpo nuevo. Miré esa barriga que adoptamos todas las mamás que hemos sido cesárea y noté lo rojas que estaban las estrías. Pasé mis manos por mi pelo escaso y luego inflé el cachete derecho para apreciar mejor mi acné posparto. Hubiese pasado más tiempo así, pero mis senos comenzaron a gotear leche y tuve que bañarme rápido.

"¡Mi amor, avanza, que la nena tiene hambre!"- Muchos pensarán que luego de vivir tantas emociones en un solo día, este hubiera sido el llamado que me llevaría a la locura y a sumergirme en una depresión.

Me sequé rápido y me tiré la primera pijama que encontré. Fui casi corriendo hasta donde estaba mi hija y la pegué a mi pecho. ¡Uhhgg! Rodaron lágrimas por mis mejillas, pero no eran de tristeza, sino de tanta emoción y admiración ante semejante regalo. A ella no le importaba cómo me veía (todavía no le importa), ella solo quería mi calor y su alimento, que sale de ese cuerpo que yo, hasta esa noche, consideré imperfecto. Cuando terminó de tomar leche, soltó la teta y sonrió de satisfacción. 
"¡Wow! Mi vida ya está hecha", pensé y luego besé a mi hija sintiendo que era la mujer más feliz del mundo.

Y fue justo en ese momento cuando descubrí que lo mejor que me ha podido suceder en esta vida es ser madre. Y no lo digo para unirme al estribillo clichoso. Lo digo porque cuando uno es capaz de amar desmedidamente a otra persona, cuando es feliz en base a la felicidad de otro ser humano, ¡es más! cuando una persona es capaz de dar vida y alimentar con su propio cuerpo a un ser indefenso, es cuando la vida realmente tiene sentido.

Yo no soy en estos momentos la persona que era antes físicamente. Pero tampoco soy la misma persona emocional, mental ni espiritualmente. Yo he crecido y evolucionado a un amor más grande. Me siento mujer ¡y poderosa! Tengo un nuevo enfoque, más metas y deseos de superarme. Quiero que mi hija me admire por como soy por dentro y por las cosas que, grades o pequeñas, he logrado en mi camino por el mundo. 

En cuanto a mi cuerpo, entendí que la clave es coger las cosas con calma. Necesitaba chocar con la realidad porque así sabía lo que tenía que hacer. Y eso era dedicarme a mi hija lo más que pudiera y luego, cuando mi cuerpo me permita hacer el puente y pueda levantarlo con mis dos manos y ponerme de cabeza, volveré a practicar yoga como antes. 

Mientras, me dedico a contemplar a mi princesa, que ¡carajo!, es la bebé más bella del mundo.

Aquí los dejo.
-Karla.

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