Ella es como el sereno y la resolana. Tan suave y fresca, que te gusta.
Te rosa y por un instante cierras los ojos, alzas el rostro y respiras hondo... porque te agrada su sensación.
Ella te llena los pulmones con aire puro. Y su voz baila en tus oídos al compás de un cántico suave, como el de las ballenas.
Pero de momento te enfermas. No puedes respirar, lloran tus ojos rojos, te arde la vista. Te sientes débil. De momento, te quemas. Te quemas negro, te quemas la piel y la mudas... como reptil.
Y te preguntas en qué momento sucedió todo, que no te diste cuenta.
Y te preguntas en qué momento sucedió todo, que no te diste cuenta.
Entre las palmeras se ventea su veneno invisible. Entre las nubes grises se esconde su candela. Ella es ese "nada" que, en realidad, lo es todo.
Es tu muletilla. Presente, ausente, omnisciente. En todas partes, ella. Sin dejarte descanso, ella. Sin soltarte los pasos, sin distanciarse de tu sombra, ella. Solo ella. ¿No puede ser nadie más? No. Solo ella.
Pero Karla, tú no eres ella.